Si el gluten es una proteína que se encuentra solo en determinados cereales, parece fácil en principio llevar una dieta que los excluya; dejamos de comer pan y bollería, galletas, madalenas, tartas, pizzas, pasta, alimentos que llevan harina o pan rallado y poco más ¿No?
Bueno pues resulta que no es tan fácil. Las Asociaciones de Celiacos consideran que entre un 70 y un 80% de los alimentos que se venden en los supermercados llevan gluten ya que éste se usa mucho en la industria alimentaria apareciendo bajo la forma de almidones, aromas, espesantes... De manera que una simple mermelada, un yogur con trocitos, una golosina, un helado, o un paquete de queso en lonchas, pueden contener (y de hecho muchos contienen) gluten.
Aquí comienza el calvario del celiaco, teniendo que leer el etiquetado de cada uno de los productos para comprobar si hay algún elemento que haga sospechar la presencia de gluten. Basta con intentar un día leer varias etiquetas alimenticias para comprender lo que digo: letra pequeña que no se ve, textos metidos en pliegues del envoltorio apenas accesibles a nuestros ojos y un vocabulario dificílmente comprensible para un ciudadano de a pie.
Por eso son tan importantes normas claras sobre etiquetado que eviten al consumidor la confusión a la hora de comprar y le garanticen seguridad y confianza en el producto.